Querido amigo,
Nunca aprendí a leer, mi
único remordimiento en una vida que de algún modo fue feliz. De todas las
oportunidades presentadas ante mí, fue la única que no experimenté.
Te preguntarás ahora, ¿cómo
es que soy capaz de escribirte esta nota? De hecho, tengo estos
pensamientos en voz alta y ellos se transcriben al papel. Un verdadero equipo
moderno este. Un perfecto y fácil modo para hablar contigo. Este momento nunca me cruzó por la mente cuando estaba vivo. Estaba muy atrapado simplemente en comer, para decirte la verdad. Era mi único enfoque en la vida. Tanto fue lo que hice
que nunca tuve tiempo de ahondar en mucho más.
Nací en el año 1829 d. C. en
Harrisburg, Pensilvania. Mi padre era granjero y comerciante de productos
lácteos. Nosotros, como familia, hacíamos queso ahumado y, por supuesto,
éramos proveedores de leche en nuestro mercado local. Esto era todo lo que yo
sabía en la vida.
Mi hermano mayor, Jacob, me
crio. Mis padres, atrapados en el contante movimiento de la rueda por la sobrevivencia,
nunca pudieron escapar. Nunca pensé en Dios. Él era alguien que vivía en la
iglesia de la esquina y solo aparecía los domingos. De cualquier modo, Él nunca
estuvo cerca cuando estábamos extremadamente hambrientos.
Se me quedó atrapada la mano en un molino cuando tenía once años.
Me dolió tanto que casi me desmayo. Jacob me la sacó, pero el hueso estaba ya
hecho polvo. Nunca recuperé el uso de la mano. Estaba colgada a mi lado como un
recuerdo constante de mi existencia, ahora desvalida. Aprendí a ser productivo
con mi mano izquierda. «No hay espacio en una granja para tener
alojamiento y comida gratis», diría mi padre. Nunca entendí por qué
me sucedió eso. Muchos lo veían como una marca del demonio. Una penitencia por
los malos pensamientos y fechorías. Yo era un niño de once años, ¿Qué maldad
podría haberse escondido en este hecho?
Pasé diez años tratando de
sobrevivir, tratando de comer y vivir. No era infeliz, simplemente estaba
imbuido en el sustento de la forma física. En retrospectiva, lo comprendo. Era
muy joven en el proceso.
Me caí de un vagón en el
camino al mercado cuando tenía 17 años. Mi cabeza pegó a una roca y permanecí
dormido. Mi familia malinterpretó mi dilema y me sepultó. Me sofoqué y fallecí.
Quizás debería estar resentido. Quizás no. Ahora sé tanto que regresar a aquel
lugar sería inútil. Fue un paso en mi evolución. Ahora espero otro huésped.
Esta vez pienso que leer sería una prioridad. Esa vida en particular me otorgó
un punto de referencia. Ahora sé que soy un alma joven en el camino del
conocimiento. Ninguna vida es inservible. ¡Ah! Por cierto, el evento con mi
mano fue un símbolo de mi incapacidad para querer alcanzar más en aquella vida.
Ahora ya sé, para desear más. Un poco común, pero ciertamente importante en el
próximo paso. Quiero aprender a leer.
Andrew
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Parting Notes
Autora April Crawford
Notas sobre la Partida
Traductora al español María Eugenia Mantilla