Nunca esperé tener esta oportunidad. Ahora que
llegó, estoy lleno de ansiedad aguardando poder transmitir apropiadamente mi
mensaje. Todos aquellos conectados con mi vida ya han perecido y han venido
hacia donde yo estoy ahora. Desde hace tiempo hemos logrado el perdón de
nuestras mutuas ofensas. Esta nota es para aquellos todavía en el plano físico.
Después de todo, una vez que la vida se termina, tendrás otro chance para
rectificar errores. ¿Cierto? No siempre es así. De hecho, tus obras oscuras te
siguen donde quiera que vayas. Déjame contarte cómo fue para mí.
Crecí en el Bronx, a comienzos del siglo que
ustedes conocen como 1900. Vivía en un edificio pequeño en la avenida
Columbus. Era un vecindario pobre, pero limpio, y pertenecí a una familia de
once hijos. Imagina la competencia solo para comer. Aprendí muy pequeño que una
estafa siempre valía la pena si hacías que funcionara. Dejé el colegio a los
doce años de edad. ¿Para que servía? ¿A dónde llegaría? Sabía leer y lo básico
en matemáticas. ¿Qué más necesitaba? Empecé a hacer diligencias para un jefe
del vecindario cuando tenía catorce años. Mi padre estaba satisfecho.
Simplemente una boca menos para la cena.
Pasé mis años adolescentes aprendiendo de los
mejores: Mickey el triturador; Roberto el listo, y Félix. Para el momento
cuando cumplí dieciocho años ya andaba armado, vestía traje y no tenía ninguna
preocupación relacionada con comer. Tenía mujeres, licor, comida; lo que se
te ocurra, todo lo tenía. Solo tenía que hacer una sola cosa: matar gente.
La primera vez que aniquilé
a alguien regresé a mi casa y me fui en vómito. Estos dos estafadores trataban
de correr números y Mickey los tenía en la mira. Me dijeron, entonces, que se
los advirtiera y me hiciera cargo de ellos. Era cada vez más fácil a medida que
los años transcurrían. Viví una buena vida y mis hijos no tenían hambre.
Sucedió cuando estaba cenando en Provolones.
En un instante estoy probando un sorbo de vino; el próximo, probando un sorbo
de sangre. Ocurrió tan rápido que no tuve chance ni de ponerme de pie. Recuerdo
escuchar mi corazón cómo retumbaba en mis oídos. Todo lo demás era borroso. El
sonido de mi corazón era lo único claro. Me sentí triste en la medida que todo
se iba tornando más lento. Finalmente hubo silencio y me sentí peor.
Cuando desperté, lo primero que pensé fue que
estaba en un hospital. Pronto me di cuenta de que no lo era. Entonces me dije: «Okey…,
estoy en el infierno o quizás, si jugué bien, estoy en las puertas del cielo.
¿Dónde demonios estaba san Pedro?».
Seres que realmente no podía comprender entraron
en mi cuarto. Me preguntaron que qué quería hacer. Podía regresar al mundo
físico o podía quedarme expiando mis faltas allí. No estaba seguro de lo que
significaba el negocio de expiar mis culpas, pero de lo que sí estaba seguro es
que no quería regresar al plano físico. Ya tuve suficiente de eso, gracias.
Me dijeron que por toda la
violencia que había perpetuado en el universo tenía que ser yo mismo el que
trajera el equilibrio de vuelta. Bueno, si significaba la entrada dorada
estaba de acuerdo. Me senté en una silla en el medio de la nada, y eso era
exactamente: simplemente nada. Luego como en una enorme pantalla de cine
comenzó la función. O quizás no era una película. De cualquier modo, lo próximo
que supe es que comencé a ver a toda la gente que maté. En un momento muy raro
sentí todo su dolor más todo el dolor de aquellos que los amaban. Fue
escalofriante. Grité por piedad. Grité para que lo detuvieran. Me dijeron que yo
fui el creador de todo ese dolor. Grité para que me dieran un chance de
arreglarlo. Me dijeron que estaba en ese momento, que ésa era mi oportunidad.
Déjenme decirles que al final comprendí la
locura de mis actos. Cualquier cosa que pones allá afuera revive y se te devuelve para siempre. Entonces, si estás contemplando la maldad en cualquiera de sus
formas, piénsalo otra vez. Tus creaciones eres tú mismo. Vas a tener que
caminar a través de tu propia galería cuando mueras.
Espero que alguien pueda leer esto porque
todavía me encuentro creando el equilibrio. Tómalo de un hombre muerto. Esto
no es un chiste.
Eddie
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