miércoles, 5 de febrero de 2020

Anne Marie, 1846


   
  


     En retrospectiva todo pasó muy rápido, mas en aquel momento me pareció una eternidad. El tiempo transcurría perpetuándose a sí mismo en un círculo vicioso que me siguió hasta este lugar. Me tomó unos momentos poder proceder con mi nueva vida, o debería decir, mi vida real. Mi hermana Louise estaba conmigo aquella tarde. Recuerdo con horror cuando la vi volar por los aires, justo en frente de mí, para luego chocar fuertemente a un árbol. La rueda de la carreta se rompió al golpear un surco del camino. Montábamos a caballo a gran velocidad como siempre hacíamos. Cuando se rompió la rueda, el eje de la carreta comenzó a empujarnos causando un rebote violento. Louise me pasó volando a gran velocidad. Sin lugar a dudas, después de ese impacto estaría muerta inmediatamente. Como era yo quien tenía las riendas mi salida del vagón fue un poco más lenta, pero no menos mortal. Miré el cielo desvanecerse frente a mí cuando mis costillas explotaron por dentro. Nunca esperé detenerme donde lo hice.

Durante toda mi vida leí la Biblia con mi familia. Solíamos ir a misa todos los domingos. Ni una sola vez cuestioné mi crianza como protestante. Mis padres eran almas temerosas e intentaron heredarnos sus creencias a mi hermana y a mí. La muerte parecía algo muy lejos para nosotros. Eso era algo que le ocurría a la gente vieja. Fue una sorpresa para mí que fuera algo tan simple. Cuando abrí los ojos estaba sentada no muy lejos del vagón. Era como si nada hubiera sucedido realmente. La única evidencia era la carreta volteada y los caballos ausentes.

Cuando miré a mis alrededores todo estaba igual como lo había dejado. Me puse de pie y comencé a buscar a Louise. No pude encontrarla. Mi búsqueda parecía en vano y comencé a sentir pánico. Tenía que ir al pueblo más cercano en búsqueda de ayuda. Sin embargo, no quería dejar a mi hermana herida, sola en la pradera, fácil presa para cualquiera que la encontrara. Entonces caminé el perímetro para tratar de hallarla. ¿A dónde se fue? Prácticamente yo no podía poner un pie en frente del otro. ¿Qué tan lejos podría estar? Después de una hora, más o menos, decidí irme al pueblo más cercano. Tarea nada fácil, ya que quedaba a unos ocho kilómetros de allí y yo andaba a pie. 

Determinada a encontrar ayuda, caminé hacia adelante. El sol radiante sobre mi cabeza me recordaba que tenía que haber utilizado un sombrero. No encontré a absolutamente nadie en el carretera. Quizás un conejo me cruzó corriendo, pero nada más. Anduve unos quince kilómetros, al menos, y no encontré el pueblo que estaba esperando. Quizás me equivoqué al calcular la distancia. El camino se veía interminable. Con el sol ya en el oeste no parecía haber ningún progreso. Me pude dar cuenta de que cuando notaba la falta de algo, como el canto de los grillos, por ejemplo, de repente había allí un montón de ellos. Cuando busqué pájaros alrededor, encontré justo las especies en las que estaba pensando apenas unos momentos antes. Sentí sed, cuando de repente apareció un lago y hasta conseguí una cubeta abandonada. Sin embargo, no podía encontrar el pueblo.

Comencé a desesperarme cuando me di cuenta de la llegada del ocaso. Ya nuestro padre nos había advertido no quedarnos de noche en la pradera. No era seguro, especialmente para dos jovencitas solas. Tenía mucho miedo. Algo andaba mal, pero me era imposible discernir exactamente lo que era. Louise probablemente estaba asustada también. No tenía idea de qué tipo de heridas tendría y, además, me era imposible buscarle ayuda. Desilusionada y sin fuerzas me recosté sobre la rama de un gran árbol de arce y me quedé dormida.

     La noche transcurrió muy rápido lo que fue ciertamente una sorpresa. Lo más probable es que me haya golpeado la cabeza porque el tiempo estaba totalmente distorsionado para mí. Era tan raro que no me encontrara a nadie. ¿Dónde estaba todo el mundo? Ya debería haber hallado ayuda para estos momentos. Tan pronto como lo pensé, apareció una figura a lo lejos que parecía acercarse a mí. Me cubrí los ojos del sol y pude ver que se trataba de un hombre. Se veía muy raro y vestía de manera peculiar.

Cuando estaba como a tres metros de distancia, soltó una amplia y radiante sonrisa como si me conociera. Definitivamente yo no sabía quién era. Inmediatamente comencé a narrarle todo sobre mi situación y la pérdida de mi hermana. Hablé por largo rato antes de que él dijera algo. Lo que me dijo me dejó fría. No podía ser. Louise estaba solo a unos pocos metros y yo no podía verla. Ella estaba en una vibración de más velocidad. Yo, en la negación de mi transición, me movía muy lentamente. Ciertamente, no necesitaba a esta persona para saber que estaba viajando muy despacio. Me enfurecí y empecé a caminar otra vez.

     Este hombre, que se llamó a sí mismo Peter, me siguió en la distancia. Estaba empezando a molestarme. Si no iba a ayudarme tenía que simplemente dejarme sola. «Todo lo contrario ―dijo él―, te estoy ayudando. Eres tú quien no quiere ayuda. Voy a viajar contigo hasta que estés lista». Y así fue. Seguí caminando con Peter detrás. Perdí por completo el sentido del tiempo. Estaba totalmente convencida de que tenía que encon­trar ayuda para mi hermana. Llegó un momento que estaba muy cansada de tanto caminar. No llegaba a ninguna parte y además Peter siempre vigilante en su tarea de seguirme. Exasperada me volteé hacia él y le grité que por qué, si él era tan inteligente, no me ayudaba.


 Con su manera calmada, para mí muy irritante, expresó:

―Todo lo que tienes que hacer es pedir ayuda, y yo lo haré.
―Está bien, entonces ayúdame ―le dije mirando al cielo―. Estoy perdida y no puedo encontrar mi camino.

Peter me tomó de la mano y mi furia se convirtió en lágrimas de incredulidad. El escenario de aquel trayecto interminable desapareció y se convirtió en una habitación en forma de nube que parecía brillar como la luz de una vela. Había tantas luces... Seguí dando vueltas en el sitio tratando de comprender lo que veían mis ojos. Nunca había visto tantas luces. Mi hermana, que apareció de la nada, estaba sonriendo a mi lado.

Con enorme alivio la abracé. No quería dejarla ir nunca más. Revisé cada centímetro de su cuerpo buscando las heridas. No había nada. Desconcertada por no encontrarlas, miré a Peter. Su calma la sentí más tolerable ahora. El no movió sus labios, pero yo lo oí hablar. Yo había muerto y había estado muerta por largo tiempo. No podía aceptarlo. Louise sonreía y tam­bién hablaba sin movimiento. Los dos habían estado conmigo todo el tiempo esperando a que yo pidiera ayuda. Mi molestia hacia ellos se convirtió en una gran ola de amor. Estaba en un nuevo lugar. Tenía mucho que aprender. Viendo todas las luces, le pregunté a Peter:
―¿De dónde vienen toda esas luces?
―Cada luz brillante es un universo de almas encarnadas. Ellas caminan hacia este mismo lugar. ¿Quisieras esperar con­migo y con Louise para ayudarlos cuando estén listos?
―Sí ―le contesté.

Ann Marie, 1846



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