Sarah Crawford: Historia Introductoria Canalizada


Sarah Crawford

El sol despuntó como siempre aquella mañana de septiem­bre. Al amanecer, en aquel vecindario todos los esquemas se llevaron a cabo igual que siempre por la familia de Sarah Crawford. Un despertador convocó a la parentela a levantarse. La madre de Sarah, tropezando y medio dormida, se fue a la cocina a colar café. El padre de Sarah apagó la alarma del reloj solo para quedarse dormido otro ratico más. Jim y Derek, los adolescentes de la familia y hermanos mayores de Sarah, igno­raban las peticiones de su madre que los invitaba a pararse de la cama levantarse y a brillar. Todo era normal, incluso el perro Sparky que pedía su salida matutina. Todo igual, excepto que hoy era el funeral de la abuela.
En su cuarto, bellamente decorado de encajes y faralaos, Sarah continuaba acostada con los ojos abiertos, como si estuviera en peni­tencia. Hoy tendría que decirle adiós a la mujer que más amaba en este mundo: la abuela, que elaboraba las mejores galletas de azúcar en el planeta. La abuela que leía cuentos aunque fuera tarde y ya hubiera pasado la hora de dormir. La abuela, con sus azules y brillantes ojos, y sus preciosas uñas de las que estaba muy orgullosa. Todo se fue, todo se fue con un latido del corazón que faltó y permitió que un coágulo de sangre se la llevara para siempre.
     Sarah se cubrió hasta el cuello. Septiembre traía consigo las primeras brisas heladas. Arropada con varias cobijas se sentía tibia y cómoda. Tenía once años y sus cabellos de un hermoso tono castaño claro. Su naricita respingada con pequitas. Odiaba las pecas. De cualquier modo no parecía que se le fueran a quitar pronto, así que estaba aprendiendo a vivir con ellas.

Deteniendo su respiración bajo las mantas, Sarah trataba de imaginarse la muerte. ¿Qué habría sido para la abuela? ¿Estaría asustada cuando ocurrió? A ella realmente le gustaría saber y quería que la abuela pudiera contarle de alguna manera. Una pequeña lágrima rodó por su mejilla mientras recordaba su última visita a la abuela. 



La visita

La cocina de la abuela era el mejor lugar para una niña pequeña. El aire, impregnado de esencia de vainilla, siempre era una invitación para Sarah. Allí había dulces y también tarros de galletas frescas recién horneadas. Siempre una ollita con algo cocinándose en la estufa. A Sarah le parecía una casita de muñecas con sus cortinas de faralaos y su mesita con sillas antiguas. Todo bordado con colores brillantes y mucho amor.
La abuela adoraba el tiempo que podía pasar con su amada nieta. A su avanzada edad había aprendido a valorar a la familia y estaba dedicada a aquellos que amaba. Sarah pasaba mu­chos fines de semana con ella jugando en el jardín, horneando galletas y aprendiendo sobre temas espirituales que constituían su pequeño secreto. No mucha gente sabía lo que la abuela era capaz de hacer. Sarah sí sabía. En aquella última visita la antorcha pasó a la nueva generación: el don de la canalización psíquica. Por años Sarah había sido guiada en el arte de la comunicación espiritual. Claro que ella siempre pensó que era simplemente un juego. La abuela hablaba con y por personas que no estaban allí. El resto de la familia pensaba que era un poco lunática, pero Sarah la amaba más que nunca y la niña estaba muy orgullosa de ser incluida en cualquier cosa que hiciera la abuela.
Una vez que estaban en el jardín se encontraron una ardilla muerta. La causa de su muerte aparentemente incierta. Solo un cuerpo inerte que parecía querer alcanzar las flores.
―¿Por qué está muerta la ardilla? ―preguntó Sarah.
―La ardilla regresó a la fuente de todas las cosas. Cruzó el umbral mientras jugaba en el jardín ―contestó la abuela.―¿Le habrá dolido? ―inquirió Sarah.
―No mi querida; la muerte viene como un abrir y cerrar de ojos. Uno casi ni cuenta se da hasta que un guía te lo señala.
―¡Oh!, ―respondió Sarah, no muy convencida del todo.
Viendo a la pobre criatura no podía dejar de preguntarse si de verdad la muerte no le habría dolido. Claro que todos los guías espirituales con los que ella había conversado, a través de la abuela, hablaban de la muerte como un proceso natural y sencillo, pero muchos de ellos nunca habían tenido cuerpo físico; entonces, ¿cómo lo sabían?

Le hicieron un funeral a la pequeña ardilla. Una caja de za­patos sirvió de ataúd. La sepultaron entre las flores que amaba. Tomadas de la mano, caminaron de regreso a casa. Muchas preguntas acerca de la muerte continuaban dando vueltas en la cabeza de Sarah; sin embargo, por ser una niña podía poner de lado estos pensamientos mientras comía con gusto las galletas especiales de la abuela.

Mirando atrás, el olor de los bizcochos siempre le traía recuerdos de la abuela. Ahora se había ido y nunca nada volvería a ser igual.

El funeral

Todo el mundo vestido de negro, como una familia de luto debe hacer. El padre de Sarah, incómodo en aquel traje que casi nunca usaba, exhortaba a la parentela para que se dirigiera al carro, negro también. Un rotundo contraste con aquella hermosa mañana de septiembre. Era igualmente un contraste total a lo que era la abuela. Ella era todo, menos sombría. Este sería un entierro tradicional. Habría tres días en la funeraria con la abuela en su ataúd; posteriormente, una misa y luego el campo santo. Sarah estaba horrorizada. A la abuela jamás le hubiera gustado esto. ¡Ella tenía que hacer algo! Al momento en que su madre salió del carro, Sarah se puso de pie a su lado.
―Mami ―dijo la niña.
―Shhh… ¿Qué pasa?, Sarah.
―A la abuela no le hubiera gustado mucho esto. Ella siem­pre dijo que quería ser cremada y esparcida en el viento ¿Por qué están haciendo esto?
La madre de Sarah respiró profundo y respondió:
―Porque esto es lo que tu padre quiere y es lo que él cree que es correcto. Ahora vamos a entrar a la iglesia antes de que comience la misa.
Sarah obedeció a su madre, pero llena de tristeza pensando que la abuela podría estar viendo y podría estar en desacuerdo. Nadie comprendió nunca a la abuela como Sarah. Aún su propio hijo consideraba que estaba equivocada en sus creencias.
A lo largo de la ceremonia, Sarah continuaba esperando una señal. De acuerdo con la abuela, la vida en el «más allá» era un lugar mágico. Al menos ella haría honor a su memoria y nunca olvidaría lo que le había enseñado.
El alivio después del cementerio fue enorme. Ya había pasado lo peor. Ahora sólo quedaba tener que irnos sin la abuela. Tarea que eventualmente sería fácil para los otros, pero no para la niña.
Las luces de su casa eran tibias y acogedoras aquella noche. Sarah fue a su cuarto y se preguntaba por la abuela: ¿estaría en paz? ¿Se habría sentido rara sin su cuerpo? Deseaba realmente poder hablar con ella. Además, ni siquiera conocía a alguien que pudiera hacer lo que la abuela hacía. En silencio, la niña comenzó a llorar para tratar de soltar un poco el dolor que sentía en su corazón.
Golpearon suavemente la puerta. Su padre entró en el cuarto y se sentó en la orilla de su cama.
―¿Sarah?
―Hola papi.
―¿Estás bien? Has estado ensimismada todo el día.
―Papi, ¿le dolió a la abuela morirse? Estoy muy preocupada. Quisiera poder hablar con ella.
―Mira Sarah, yo sé que tu abuela tenía unas ideas medio extrañas. Ella también me contaba todas esas historias locas. Yo nunca le creí tanto como tú. La abuela está bien. Estará esperándote en el cielo.
Sarah lo pensó por unos momentos y luego respondió con fuerza.
―Papi, tú sabes que el «cielo» no está en ningún lugar. Está donde tú quieras; es tu propia creación. 
Su padre respiró profundo y respondió.
―Me supongo que te convenció, ¿no? Bueno cariño, las creencias son algo muy personal. Sin embargo, yo quería darte algo que la abuela dejó para ti y que ella te hubiera dado cuando fueras mayor, mas este parece un buen momento. Yo no estoy seguro de qué es, pero por favor tómalo.
Le entregó una pequeña caja desteñida y con los bordes raídos por el tiempo. Tenía el olor característico de la casa de la abuela. Cerrando sus ojos podía imaginarse con ella otra vez. Abrazó la caja y respiró profundamente.
Después de que su padre se fue, volteó la caja con curiosidad. Estaba sellada con cinta adhesiva. Usando sus uñas levantó el adhesivo y la abrió. Adentro no había nada más que papel. Sarah estaba sorprendida de que la abuela le dejara algo tan raro. Después de verlo con calma se dio cuenta de que el papel era muy viejo y que en cada hoja había una carta. ¿Serían cartas de amor de algún viejo romance? Sarah decidió que se sentiría más cerca de la abuela si las leía. Entonces se acurrucó en su cama a leer: ¡eran cartas de amor!

La caja

Era una caja común. Una cigarrera de bordes gastados y con historias que contar. La tapa, todavía con las bisagras bien sujetas, se abría lentamente y producía chasquidos. Sarah la levantó para olerla y respiró profundo: olía a la abuela. El aroma inundó su pensamiento como una cascada de recuerdos. Al abrirla no sabía si llorar o reír. Había un paquete de papeles de colores, cuidadosamente doblados. Cada uno con señas y promesas de iluminación. Quizás no eran cartas de amor enviadas a la abuela cuando era joven. En total eran más de cien, dobladas solícitamente por algún escritor ardiente con una historia que contar.
Sarah las tomó muy cerca con la esperanza de atrapar un abrazo de la abuela. Probablemente eran piezas de información escritas por ella en el correr de los años. La abuela era una gran pensadora con profunda reflexión espiritual. Como médium, había una gran cantidad de información que ella pensaba que era importante. Tenía la esperanza de encontrar una nota de aliento. En estos momentos Sarah la necesitaba.
Encima del paquete de hojas había una tarjeta; en el frente, la imagen de un ángel. Una lágrima cayó de los ojos de Sarah mientras contemplaba la tarjeta. Ahora la abuela era un ángel. Absorta en la figura, transcurrió un rato antes de que pudiera abrirla. Escrita con esmero era una carta de recomendaciones. Cuando la leyó por primera vez estaba insegura de su significado. Le tomó unos momentos para que las palabras le hicieran sentido.

     Mi queridísima Sarah,
Te he dejado con las respuestas a las preguntas que tienes en mente. Tú has conocido el mundo espiritual conmigo muchas veces. Yo estoy consciente de tus dudas y de tus pensamientos. La última cosa física que puedo ofrecerte es paz. Estas cartas te la brindarán. También te darán perspectiva acerca de la vida y la muerte. Guárdalas como una referencia. Tus hijos también querrán saber. La muerte es una inquietud universal. Una pregunta a la que todos deseamos respuesta. Lee estas cartas. Quiero que sepas que yo existo y en esta existencia continuaremos juntas.
Con amor,
Tu abuela
P.D.: Léelas con el corazón abierto. Fueron escritas con el espíritu abierto.




No hay comentarios:

Publicar un comentario

Notas Sobre la Partida. Autora April Crawford.

  Autora: April Crawford ___________________________ Parting Notes Autora April Crawford Notas sobre la Partida Traductora al español María ...