Querido
amigo,
Yo no quería
morir. ¡Cuán injusticia! ¡Precisamente cuando mi vida estaba empezando a
hacerme sentido! Me aferré a cada respiración esperando un milagro. Me
reconfortaba el sonido del aire cuando escapaba por mis fosas nasales, especialmente
cuando presentí el final. Después de cada inhalación, exhalaba a voluntad… solo
una vez más. Momentos desafiantes para alguien tan cerca de la rendición total.
Estaba muriéndome desde lo más profundo de mí mismo. Mi sangre traicionaba mis
células con toxinas. Era todo tan injusto. Paré de rezar. ¿Cómo Dios podría
permitir tal cosa? Estaba furioso. Dios era un blanco fácil. Tenía que culpar a
alguien o a algo.
Entonces
esperé que la muerte me llevara. Esperaba simplemente perder el conocimiento.
Esperaba ver a Dios y poder decírselo. Esperaba tener más pánico con el último
aliento. Esperaba todas estas cosas y no obtuve ninguna.
Al terminar
el día el dolor era insoportable. Hasta ahora me había negado a tomar
calmantes. Quería conservar mi cabeza bien puesta. Le temía a las drogas, pero
este último día decidí aminorar la carga.
Cuando la
morfina llegó a mi cabeza comencé a lanzar una red de mentiras. Le dije a mi
cuerpo que no había dolor y mi cuerpo lo creyó. Cerrando los ojos entré en una
zona de silencio. Saqué los ecos de mi mente. Pronto empecé a tener pensamientos
sobre las experiencias de mi vida. Recordé anécdotas de mi niñez, actos de mi
colegio, episodios familiares. Percibía mi cuerpo relajado mientras revivía
viejas memorias. Me sentía mejor.
Mi tío Víctor me llevó a montar caballos. Montábamos en la playa
cuando repentinamente supe que nunca podría haber pasado de esta manera. Yo
crecí en Oklahoma. No había playa. Me acerqué a mi tío que veía fijamente el
horizonte. Le pregunté por qué mis memorias eran imprecisas. Me dijo que
habíamos montado muchas veces de esta manera. Yo supe que aún bajo el efecto de
la morfina nunca estuvimos en una playa. Mi tío Víctor me miró a los ojos y
sonrió:
―¿No
quisiste nunca que fuera verdad? Ahora puedes tener la experiencia de cualquier
forma que gustes ―me dijo amorosamente.
―¿A qué te
refieres exactamente? ―le pregunté estupefacto.
―Bueno,
puedes montar hacia atrás y regresar a tu sitio de origen o hacia adelante,
hacia el sol, o podemos hacer incluso que sea una luna ―dijo el tío Víctor
mientras sonreía y se volteaba en su silla.
Repetí mi
preferencia hacia la vida. La muerte era el final y yo tenía tanto por que
vivir. Con esto, mi tío Víctor comenzó a reírse otra vez y me dijo que estaba
equivocado acerca de lo referente a vivir. Dijo que la vida evoluciona
constantemente. Estaba simplemente soltando una piel y la próxima fase de la
vida era igualmente grandiosa.
«Vamos ―dijo―, cabalga conmigo por un rato. Empezarás a ver a lo
que me refiero». Solté las riendas un poco y lo seguí. A cada paso mi
corcel se sentía más ligero. Cuando alcanzamos el horizonte vi hacia atrás y,
sorprendido, me encontré con los linderos de mi vieja vida. De alguna manera se
veía más pequeña y menos importante desde esta perspectiva. Además, no había
playas para ir a montar. Decidí seguir al tío Víctor. En ese momento me di
cuenta de que mi tío había fallecido cuando yo era adolescente. Me supongo que
él conocía la playa mejor que yo.
Entonces
dejé la obsesión con aquella vida en particular. Había muchas más en el
horizonte. Llegaré a ellas. Por ahora, simplemente seguiré a mi tío por la
costa. Es una manera grandiosa de vivir desde cualquier perspectiva.
Jeremy
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