Querida
Martha,
Te traigo
noticias de alegría. Parece que de repente puedo morder con propiedad. Pasando
un riachuelo había unas suculentas manzanas. Recuerdo consolarme con la idea,
por lo menos, de poder probar su jugo. Sin embargo, al alcanzarlas, de
inmediato me encontré masticándolas. Ahora recuerda que han transcurrido ya
muchos años desde que podía hacer esto.
Te podrás
imaginar mi fascinación con el primer bocado. Un chorro de jugo inundó mis
sentidos, nada más fresco que esa primera mordida. Una memoria enterrada desde
hace mucho tiempo se desata de manera sorpresiva en mi presente. Un pedazo de
manzana, un milagro a mi avanzada edad. Después de estar comiéndomela fue
cuando me di cuenta de que de verdad estaba mordiendo y masticando.
¡Cuánto
tiempo ha trascurrido desde que podía hacerlo! Estaba soñando o perdí algún
detalle en el camino. ¿Por qué no me duele nada? ¿Por qué todo parece bien?
¿Qué es lo que no me han revelado? Completamente embelesado en la manzana, dejo
la precaución y la razón al viento para continuar con la dicha de comérmela.
Es
evidente que hay algo extraño en este escenario. Esta idea nubla el enorme
disfrute de masticar la fruta, placer que añoraba en años recientes. El primer
mordisco de una manzana madura era lo único que me quedaba de mi juventud y
del recuerdo de mi cuerpo firme.
Ahora, un
milagro. Más manzanas aparecían profusamente.
Era capaz de comérmelas a mordisco limpio, sin rebanarlas. Nada de
estar picoteándolas delicadamente con mis dientes frontales, que de alguna
manera no eran capaces de alcanzar su esencia. Con despreocupación juvenil me
comí muchas más.
Sin
embargo, su aroma delicado me distrajo otra vez. Espero por ti mientras las
degusto. Ya vendrás tarde o temprano. Es tu decisión. Mientras tanto yo espero
por ti. ¡Claro! con manzanas resonando entre todos mis sólidos dientes. Sabes
que son reales. Acabo de morder otra.
Adieu,
George
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