Querido amigo,
Era Navidad. Tiempo para la
familia. Tiempo para dar, tiempo para comienzos y finales. Para mí fue un
tiempo para ambas cosas. En aquel momento, sin embargo, parecía que lo que
tenía era solo el final. Desesperadamente me aferré a él y había una lucecita
de esperanza dentro de mí que pensó que si yo no soltaba, el final se
disolvería.
Nunca pensé por mucho
tiempo en el final. Siempre estaba fuera de mi alcance, en la distancia. Algo
que le pasaba a los demás, pero nunca se acercaba a mí. Mandaba mis condolencias
a aquellos que se iban quedando atrás. Los gestos apropiados seguidos por las
costumbres apropiadas. El final llegaba solo para ellos, no para mí.
Imagina mi sorpresa cuando
me llegó. No podía comprender lo que me estaba sucediendo. Fue un accidente
que ocurrió cuando conducía para ir de compras navideñas. Había terminado
todo, pero me faltaban las tarjetas de navidad. Estaban en casa esperando ser
escritas. Solo unas cosas más y habría terminado.
El rugido que precedió el
golpe fue ensordecedor. Mi audición fue el único sentido que no me falló. Los
vidrios rotos, el frenazo de los cauchos, mi propia respiración. Los percibí
todos. No vi nada, no sentí nada, nada. Lo escuché todo. Luego había un
silencio, uno muy puro.
Se me ocurrió que podría
haberme desmayado. Nunca antes me había sucedido, pero uno nunca sabe. Traté de
abrir mis ojos y no pude. Simplemente ya no funcionaban más. Este era el final.
No estaba listo, me rehusé a irme. Parecía una pelea en su contra para tratar
de sobreponerme. Me rehusé. Intentaba pensar cómo salirme de la situación en la
que estaba, pero continuaba resbalándome hacia el final. No era que tenía
miedo, simplemente estaba bravo, molesto, porque me iba a perder las navidades
y muy bravo porque no iba a mandar las tarjetas de navidad este año.
Cuando el final estaba a
punto de caer sobre mí, de repente me encontré en una habitación. No hubo
ninguna explicación de lo que estaba ocurriendo, simplemente sucedió. En el
cuarto encontré mis tarjetas navideñas ordenadas sobre una mesa. El final no
ganaría hasta que yo las escribiera. Una débil victoria, pero me envolví en el
poder de ésta y comencé a escribir. El final esperó pacientemente. Me tomé mi
tiempo. Escribí todas las cosas que siempre había querido decirles a todos.
Escribí cada carta con delicadeza. Si no podía ganarle al final, al menos
vendría en mis propios términos.
Cuando sellé el último
sobre me volteé hacia el final y caminé hacia él. Creí que era tiempo de ser
valiente y aceptarlo. Mi único remordimiento era que nadie leería mis tarjetas
de navidad. Me daría un gran bienestar saber que todos mis familiares y amigos
pudieran tener mis últimas palabras.
Cerrando mis ojos acepté mi
destino. Nada sucedió. No había ningún terrible fallecer. Ningún sufrimiento ni
dientes crujiendo. De repente sentí mi cuerpo, un poco diferente, pero lo sentí
casi igual. Había una pequeña partícula en la distancia que se estaba
convirtiendo en nuevo horizonte. Un comienzo. Una voz interior me reveló que
este era mi nuevo comienzo.
Cada comienzo está
precedido por un final. Este era sólo uno en la larga cadena de evolución.
Moviéndome ahora con nueva soltura y desenfado, estaba orgulloso de mí mismo.
Me volteé atrás a mirar el final y vi algo extraordinario. Todas mis cartas
fueron enviadas. Y en esa entrega, todos los que las recibieron también
tuvieron un nuevo comienzo. Muy agradable.
Isaac
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Isaac estuvo en coma por varios
meses después de un fatal accidente automovilístico que ocurrió antes de
la Navidad. Murió el 5 de abril de 1996. Cuando fueron a limpiar su apartamento
no encontraron sus tarjetas. Sin embargo, veinticinco de sus familiares y
amigos las recibieron de su parte en junio de aquel año. Todos pensaron que
tardaron mucho tiempo en llegarles. Cada uno de ellos obtuvo consuelo en sus
notas sin parecerles raro recibirlas. Simplemente pensaron que la oficina
postal era defectuosa. Ninguno de ellos se percató de la ausencia de
estampillas en los sobres.
[Este pie de página se recibió como parte
de la carta]
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