lunes, 27 de enero de 2020

Escribo esta carta desde otro lugar





     Siempre tuve temor a la muerte. Desde el instante cuando empecé a caminar esta idea despertó gran interés en mí. ¿Qué sentiré cuando realmente llegue el momento de exhalar mi úl­timo aliento? Realmente este no es tema de reflexión para un niño. Mis padres me dijeron reiteradamente que dejara de po­ner esos pensamientos en mi cabeza. Ellos se dieron la tarea de distraerme y llenaron mi vida con lecciones, deportes y ac­tividades. Con suerte funcionó porque los niños pequeños saben apreciar las distracciones, sobre todo cuando giran alrededor de ellos mismos.

    Finalmente puse mis pensamientos en otras cosas, por lo menos, hasta la adolescencia. La pubertad me pegó como un motor diesel. De repente las hormonas dirigían cada uno de mis momentos. El simple transitar por delante de mí de algún miembro del sexo opuesto era potencialmente una gran distracción, sin importar cualquier cosa que supuestamente debía estar haciendo. Obviamente me enamoré de la primera chica que me prestó atención y procedí a explorar mi sexualidad. En aquellos momentos eso era todo lo que había en mi existencia. Me parecía que duraría para siempre.


     Todo se detuvo cual estruendoso choque cuando mi verda­dero amor se mató en un accidente de tránsito. La sensación de «final» causó que las creencias en mi propia inmortalidad vacilaran. Ahora había una razón para indagar otra vez sobre lo sucedido. El drama me catapultó hacia atrás y me llevó a in­terrogarme cómo se sentiría. ¿Habría sufrido? ¿Estaría asusta­da? ¿Será que ella sabía? Todas estas incógnitas sin respuestas llenaron mi pensamiento el resto de mi vida.

     Esperé mi propia muerte con perversa anticipación. Mis pa­dres se hubieran horrorizado con mi fascinación. Ambos falle­cieron sin tenerme a su lado. Deseaba haber estado allí en el preciso momento para poder haberles preguntado qué estaban experimentando. Después de esto me obsesioné completamen­te con la muerte.

    Escribo esta carta desde otro lugar con la esperanza de que quizás haya alguien con las mismas dudas que yo tenía. Quizás este mensaje pueda contestar las interrogantes que han espera­do largo tiempo una respuesta. Quizás alguien necesite saber cómo se siente morir.

     Ya que respondí esta pregunta por mí mismo, estoy ansioso de compartir mi experiencia. No hay necesidad de tener miedo. Me maté en un accidente causado por un camión diesel. El carro que yo manejaba chocó prácticamente de frente con ese vehículo que saltó la isla divi­soria de la autopista. Al primer momento, cuando me di cuenta de que me iba a chocar, una inyección de adrenalina atravesó mi corazón. Fue tan rápido que no tuve ni tiempo de entrar en pánico. Estaba congelado detrás del volante de mi carro. Cerré mis ojos justo a tiempo. Recuerdo un golpe muy fuerte y luego un sonido siseante como si todo el aire en frente de mí hubiera sido succionado. Sentí cómo mi cuerpo se frenó en seco sobre una superficie dura. Espere el golpe del camión sabiendo que me iba a doler muchísimo ¡La muerte no me estaba ocurriendo!

     Después de unos momentos abrí mis ojos. Todo a mi alre­dedor era un caos total, pero yo me sentía extrañamente calma­do. Había personas aterrorizadas corriendo hacia todos lados. Tenían temor de que el camión explotara. Había también dos tipos tratando de sacar a un hombre atascado en una pieza de metal doblado. 

     Luego de una inspección más detallada me di cuenta de que era un carro. No quedaba mucho de él, y el pobre tipo adentro debía estar muerto. De cualquier modo corrí a ayudarlos.

     Había muchos gritos mientras los dos individuos trataban de apalancar la puerta para poder abrirla. Desafortunadamente estaba completamente sellada. Golpeando las ventanas parecía que definitivamente el conductor dentro del carro estaba muer­to. Los bomberos llegaron y todo el mundo estaba tratando de sacar al pobre chofer. Intrigado, me moví hacia adelante y me escurrí hacia adentro. Me pregunté cuál sería el problema. Me pareció extraño poder meterme tan fácil. Aquellos tipos parecían idiotas. Toqué al accidentado en el hombro. Su cuer­po todavía estaba tibio. Quizás estaba vivo después de todo. Sentí la adrenalina otra vez cuando lo empujé hacia atrás para revelar su cara. ¡Era yo! O si no, entonces, mi gemelo idéntico.

     Comencé a reírme. Era una risa abdominal profunda que hacía tiempo que no sentía ¡Estaba muerto! Había muerto en un horrible accidente de tránsito y todo había terminado. Nada qué temer. Solo mis propios pensamientos autoimpuestos.

     Entonces puedes ver: la muerte vendrá, pero no la aniquila­ción. Cualquiera que sea la vivencia tendrás un momento para ver atrás como cualquier otra experiencia que hayas tenido an­teriormente. Si hubiera sabido esto, hubiera sido de gran impacto en mi vida. Ésta es la razón de esta carta. Espero que pueda impactar la tuya de alguna manera positiva.

    Ve en paz,

    Yo


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