
Querido amigo,
¡Qué asombrosa es la muerte! Ver de repente el
camino que tomamos con todas sus implicaciones. Levantar el velo de la razón
hasta que lo obvio te confronta con franqueza. Estaba tanto en mi «Yo».
Los momentos finales anticipaban lo incierto. Tenía miedo, pero era
estimulante de manera casi perversa.
Conmovido, sentí cómo mi última respiración se
escapó a través de la punta de mis dedos. El momento preciso del colapso físico fue largo, pero final. Déjame decirte: una sensación de triunfo. Sí, un
triunfo sobre las maquinaciones. La certeza de saber que uno continúa después
de los momentos finales. Estaba muy emocionado. Sin embargo, volver al espíritu
otra vez no es tarea fácil. Inexistentes ya las máscaras a las que nos hemos
acostumbrado.
En la muerte no hay farsas. Puedes desearlo,
pero solo duran hasta que el último bombeo de sangre se manda a los tejidos que
colapsan. Una vez que tus ojos mueren, la verdadera realidad se manifiesta a sí
misma y todas las apuestas son canceladas. Así fue para mí.
Viví una vida de promesas escondiendo la verdad,
pero para la verdad yo no establecía promesas. Cada momento se mezclaba con el
próximo en una confusión de medias verdades entre escenarios y dramas. Estaba
tan comprometido con el guión que dejé de ser yo mismo y me convertí en un
simple actor de un drama que me llenó por completo. Claro que nunca me di
cuenta de esto hasta más tarde. En mis últimos momentos estos pensamientos se
materializaron y me bombardearon justo después de mi separación de lo físico.
Mi mejor consejo es que
seas tú mismo. Las creencias no son necesarias. Tu verdad se revelará a sí
misma y no habrá ningún conflicto con lo que está escrito. Hasta ese momento,
vive a plenitud.
Sanford
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