lunes, 30 de marzo de 2020

No dejes que el temor te persiga


El suicidio y cómo lidiar con él en primera persona | Women's Health
Mi pequeño,

Esta oportunidad se presenta de manera extraña en mi actual existencia. Jamás me esperé el chance de tener voz física y ciertamente no de esta manera. Los que me recibieron entendieron mi dolor y me contaron acerca de las formas de poder separarme de la negatividad.

Otra vez, esa es una historia complicada que es mejor dejarla así por ahora. Este momento es para comunicar mi amor por ti y tratar de explicar mis acciones. Por favor, continúa leyendo porque mi voz está en silencio. Solo tus ojos pueden escuchar mis confesiones. Quizá la palabra confesión suena un poco dramático, pero contar me ayudará a limpiar mi corazón de resentimiento. Esta limpieza quizá nos dé a las dos la oportunidad de aceptar lo que sucedió y seguir con nuestras vidas en el perdón.

El tiempo que pasamos en el plano físico fue hermoso. Tus ojos me cautivaron desde el momento que naciste. Sentí como si te sumergieras completamente en mi alma. Esos ojos eran de un alma vieja. Hay leyendas de almas viejas en nuestra cultura. Se dice que han vivido muchas vidas y traen a su vida presente una sabiduría que rebasa la de las almas normales, como yo.

Eras especial. ¡Oh… tan especial! Y yo era tu madre. Tú mamá. Nunca había cargado algo tan precioso en mi vida. Me llenó de orgullo. Mi meta fue la de ser todo para ti. Reconocí el obsequio y me preparé a criarte para que fueras el sabio que estabas predestinado ser.

El tiempo transcurrió y había muchos «primeros». Tu primer diente, tu primer paso, tu primera palabra. Tantos que cada momento parecía un primer algo.

Floreciste. Fue profundamente satisfactorio verte crecer. El olor de tu pelo me quitaba el aliento. Tu risa me hizo sentir como si tuviera el mundo entero a mis pies. Ahora solo puedo recordar el instante cuando todo empezó a ir mal. Mis dudas me invadieron, como un ladrón, para robarnos nuestros días soleados. Las preguntas surgían hacia la superficie de mi con­ciencia, me nublaban el juicio y me hacían sentir como si yo no tuviera ningún valor. ¿Ves? Eras muy especial y yo no. Escribir acerca de esto me da claridad. En aquel tiempo estaba desorientada y atemorizada. Empecé a tomar alcohol para «encontrar a Dios». Mucho egoísmo, si lo vemos en retrospectiva. Sin embargo, todos somos responsables de nuestras acciones y tomo plena responsabilidad por tan pobres decisiones.

En la noche que sucedió estabas durmiendo muy tranquilo. Lloré a la luz de la luna admirando tu inocencia. Mi culpa con respecto a mi falta de valor crecía y crecía hasta que la habitación desapareció, de repente, de mi vista. Quién sabe de dónde saqué la pistola. Protección fue la excusa que usé. Poco sabía que el enemigo mayor se escondía en mis propios miedos ficticios. Mirando hacia atrás no recuerdo haber tirado del gatillo. Simplemente pasó al estilo Nickelodeon: una escena después de la otra. Escuché tu pequeña alcancía de cochinito partirse con la bala. Ni siquiera pude eliminarme con precisión.

Mientras mi visión se nublaba pude ver esos hermosos ojos tuyos comenzar a temblar desde adentro. Mi último pensa­miento fue el darme cuenta de que ibas a culparte por lo sucedido. Claro que para entonces era ya muy tarde.

Ahora te escribo desde otro lugar. He conquistado los miedos que distorsionaron mi camino en la vida que compartí contigo. Mis amigos aquí me han ayudado a recuperar mi propio valor. Estoy completa. Esta oportunidad de escribirte es una bendición. Por favor, toma mi amor contigo de esta vida a la próxima. No te culpes por mis miedos. No tenían nada que ver contigo. Con fuerza mira al temor a los ojos. No dejes que te persiga y te lleve a un rincón oscuro. En cambio, recuerda mi amor.

Tendremos más días soleados.
Yo (mamá)




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