Aquel fue otro día de frío y lluvia. Siempre con hambre y temor me costó mantenerme de pie en la cocina de piedra de mi madre. Sentí mis huesos débiles como si en cualquier momento se me fueran a quebrar y entonces quedarían apilados allí, en el suelo. Solo había un poco de té y algunos pedazos de pan duro. No mucho para llenarle el estómago a nadie, pero al menos algo. En un día mejor yo me hubiera preparado para ir al colegio a aprender mi abecedario. Aprender es muy importante para mis padres. Vi que no había gran valor en ello, pero iba de todas maneras para no romperle el corazón a mi madre.
Sin embargo, hoy me quedo cerca de la chimenea. He tenido varios días con fiebre. No tan alta como la de Tess Mulcarrey, pero fiebre de cualquier modo. Algunos dicen que la nariz de Tess sangró por dos noches y dos días; otros dicen que está a punto de morir. Miro las mangas de mi camisa cada vez que mi nariz gotea para ver si es sangre. Hasta ahora no, pero el dolor de mis extremidades es casi insoportable.
Pongo mis pies descalzos más cerca del fuego, pero solo parece incrementarse el dolor. Mi madre limpia mi frente mientras le reza a la Virgen María. Es todo lo que ella puede hacer.
Recuerdo cerrar mis ojos mientras tomaba el último sorbo de té y su calor empieza a incrementarse en mi barriga como si algo me quemara por dentro, como si estuviera en llamas. Oí a mi madre llamándome por mi nombre, pero el calor se sentía muy bien en mis huesos adoloridos. Decidí responder después. De repente, ya no escuché más.
El dolor en mis rodillas se había ido. Parecía como si hubiera dormido por horas. Estirándome abrí mis ojos y me encontré en una hermosa cama de plumas. De todas maneras me asusté porque había oído que existían, pero nunca había visto una.
No había señales de mi madre o de mi casa. Este lugar parecía un sueño. Cualquier cosa que fuera, yo me sentía bien. Bien en comparación con vivir en la miseria. El dolor no es más mi acompañante; me encuentro evaluando mi entorno. Esto parece una imagen de mi casa, pero en una versión rica. Todo en mi cuerpo estaba bien, ni siquiera tenía hambre. Seguramente habré muerto y fui al cielo.
Llamé a mi madre. Nunca contestó. Me dio pánico y comencé a llamarla a gritos. Nadie vino. Desesperadamente corrí hacia la chimenea. A través de las llamas la vi. Estaba lavando el cuerpo de un niño. Ella lloraba y le lloraba a la Virgen María. En ese momento me di cuenta de que me estaba preparando para mi entierro. Ciertamente había muerto. Muy raro el sentimiento de saber que estás muerto y aún así continúas preocupado por todo igual. Vienen pensamientos a mi cabeza ahora. Pequeñas voces, susurros de conocimientos que se incrementan.
Quería consolar a mi madre, pero supe que ella sufriría mi muerte de cualquier modo. Mi destino se desenlaza en estos momentos. No incluye volver atrás. Cierro mis ojos y siento una ráfaga de energía. Es difícil describirlo para aquellos todavía en lo físico. Debo irme ahora, el vasto horizonte me espera.
Edward
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